La televisión en el bar, ¿entretenimiento o desencuentro?
La televisión en el bar, ¿entretenimiento o desencuentro?
Historias de bar
En algunos bares la televisión es apenas un adorno; en otros, dicta el ritmo de la jornada. He visto cómo una pantalla puede transformar la charla tranquila en debate acalorado, despertar risas o tensiones, y hasta alterar la forma en que los clientes se relacionan entre sí.
Hay bares donde este invento nunca ha tenido cabida. Donde el murmullo de las conversaciones, el choque de los vasos y la música de fondo han sido suficientes para llenar el espacio. Y hay otros en los que la pantalla ha sido, durante años, el corazón del local: compañera de desayunos solitarios, árbitro de discusiones futboleras y cómplice de silencios compartidos.
En mi vida laboral, la relación con la televisión ha tenido altibajos. Los primeros años opté por prescindir de ella: solo música, nunca imágenes. El bar respiraba otra cadencia, más libre, quizá más íntima. Su ausencia obligaba a mirar al de al lado, a escuchar al cliente de enfrente, a dejar que la imaginación viajara con cada canción.
Más tarde, cedí. Compré un aparato de tubo de rayos catódicos de 28 pulgadas. Aquel televisor se encendía con mesura, casi llevando a cabo un ritual. No era un fondo permanente: se reservaba para el telediario, como quien abre la ventana puntualmente para ver qué ocurre fuera. La pantalla no dominaba el espacio, pero estaba ahí, esperando su momento.
Con el tiempo, la tele empezó a tener vida propia. Había clientes que entraban mirando directamente hacia ella, buscando el resultado de un partido o la noticia de última hora. Recuerdo discusiones que se encendían al calor de un gol anulado, o silencios densos cuando aparecían las imágenes de una tragedia inesperada. La televisión, sin proponérselo, se convertía en una mesa más, invisible pero presente, en la que todos opinaban, reían o se indignaban.
En los últimos años, esta ventana al mundo ha adquirido demasiado protagonismo. Los "clientelevidentes" del bar aprovechaban cualquier noticia, cualquier frase de un tertuliano —erudito o no—, o cualquier imagen deportiva o social, para encender la chispa de la discusión. Y lo que en otros tiempos podía ser un debate ligero se ha transformado en un campo minado: si no piensas como yo, estás en mi contra.
Desgraciadamente, el ambiente que se respira en la sociedad en estos últimos tiempos se coló también por la pantalla. Ese enfrentamiento extremista, esa incapacidad de escuchar y esa tremenda falta de respeto por la opinión ajena, hicieron que la televisión dejara de ser un acompañante ocasional para convertirse en un altavoz incómodo. Un espejo deformado de la calle que, en lugar de reunir, a veces separaba.
Por todo eso decidí volver a mis orígenes. Fingí una avería irreparable del ya anticuado plasma que durante años había sido centro de atención del bar e instalé en su lugar un modesto dispositivo para reproducir música. No fueron pocos los que insistían en que volviera a encender “la tele”, como si el local quedara incompleto sin ella. Pero poco a poco, la música recuperó el lugar que nunca debió perder.
El ambiente cambió. Las conversaciones fueron más relajadas, el tono menos crispado, y hasta el silencio se volvió más amable. La música tejía un fondo común que acompañaba, pero no imponía. Y entonces el bar volvió a parecerse más a lo que siempre quise que fuese: un espacio de encuentro, no de confrontación.
Quizá la televisión, con todo lo que arrastra, tenga su sitio en algunos locales. Pero en el mío aprendí que una canción puede unir más que mil tertulianos gritando desde una pantalla.
Has hecho muy bien, yo no la veo desde hace muchos años.
ResponderEliminarUn abrazo, mi querido amigo.
EliminarGran reflexión. Si señor. Vivimos en un mundo cada vez más crispado donde queremos todos tener razón y la televisión muchas veces no contribuye al diálogo sino todo lo contrario a la polémica ante quien tiene razón.
ResponderEliminarAsí es, gracias a que siempre nos quedará la música. Un saludo.
Eliminar