Vivir sin partitura
Vivir sin partitura
Historias de bar
En un bar, los ratos libres son escasos. Pero cuando irrumpen —breves islas de sosiego y silencio— el tabernero, con las manos reblandecidas por el constante roce con la vajilla mojada, baja la pesada persiana de la mente y comienza a acariciar las cuerdas.
Tiene tres guitarras, dos bandurrias y algún laúd colgados en la pared del fondo del comedor privado. No todos saben que están; los tiene solo para su deleite personal, a diario los revisa, se asegura de que están afinados, y en algún momento de cada jornada sus dedos se pasean por sus desgastados trastes.
Hace años, demasiados, su vida giraba en torno a esas cuerdas. Estaba en Madrid, rodeado de una pandilla de bohemios románticos que cantaban con el alma, a veces por unas monedas, otras por una risa. Aprendió a mirar de frente, a escuchar a los otros, a tocar de oído y a cantar sin miedo al ridículo. Aprendió a vivir sin partitura.
Fueron años intensos, de esos que se viven con una prisa que no pesa. Recorrieron más calles que escenarios, y más ciudades que calendarios: les llevó la música por cada rincón de España y por buena parte de Europa, con la mochila ligera y el corazón a todo volumen. Con el tiempo, cada uno siguió su camino —todos con carreras brillantes y grandes responsabilidades—, pero lo importante sigue intacto. Basta una fecha al año —una sola— para volver a buscarse y recordar quiénes fueron… y quiénes siguen siendo. Cuando se juntan, una canción es suficiente para que las voces se entrelacen como entonces: nacidas del pecho, afinadas por la memoria y empastadas por la amistad. Y dirigidas no a un público, sino a ellos mismos. A ese lugar donde todo empezó.
En este bar —el suyo— no suele cantar. De vez en cuando, y siempre sin público, entona una breve melodía entre servicio y servicio. A veces una guaranía, otras una jota lenta que parece una despedida. No hace falta que nadie aplauda. No toca para eso.
Alguna vez, alguien lo ha oído afinar y cantar en voz baja, mientras la cafetera reposaba y los vasos estaban ya en su sitio. En esos momentos, su pensamiento viaja lejos: en la distancia, y en el tiempo.
Hay quien le ha pedido que vuelva a tocar en serio. Que haga una noche de música. Pero él siempre lo pospone, porque sabe que lo importante no está en el espectáculo, sino en lo que se siente entre acorde y acorde. En esta etapa de su vida, la música se ha vuelto un acto íntimo que está dispuesto a compartir con muy pocos.
Fantástico relato.
ResponderEliminarCon sentimiento pero sin llorar... 😘
❤️😘❤️
EliminarQue bonito querido amigo. Mas de uno quisiéramos expresarnos y escribir asi. Un abrazo
ResponderEliminar¡Abrazo grande! ❤️
EliminarLa Tuna nos ha enseñado, como dices, a vivir sin partitura.
ResponderEliminarEscribes con el corazón, enhorabuena.
Un abrazo, estimado QH. ❤️
EliminarEscrito con el alma. Un fuerte abrazo amigo mío y gracias por este regalo para los sentidos. Sabes que te deseo lo mejor.
ResponderEliminarGracias Ginés, espero que nos veamos pronto. Un abrazo, mi querido amigo. ❤️
Eliminar¡Ah! Le bon vieux temps... Un fuerte abrazo compañero y sin embargo amigo.
ResponderEliminar¡Qué grata sorpresa encontrarte por aquí, Panda! ¡Un abrazo enorme!
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