El cuarto asiento

El cuarto asiento

Historias de bar

Cuatro amigos en la barra de un bar


 Cada mañana comienza igual: un paseo corto, un mandado que no apremia, una excusa cualquiera para dejarse caer por el barrio. Ninguno de ellos tiene prisa. Ni obligaciones que no puedan esperar. Ya llevan unos años disfrutando de una —sin duda merecida— jubilación. Mantienen un aspecto lozano y saludable, a pesar de que las visitas a los centros de salud sean ahora más frecuentes. A la una y cuarto, como si lo marcase una campana invisible, los cuatro se encuentran en la barra.

 No hacen falta mensajes ni llamadas. Saben que estarán ahí.
Lo decidieron hace tiempo, sin necesidad de hablarlo: ese es su momento.

 Tienen su lugar “reservado” en la barra y se dirigen instintivamente a sus asientos de siempre.
 Piden vino. No del barato peleón, tampoco del más caro. Del que se deja beber sin reproches. Blanco, tinto, rosado... qué más da. Lo importante es que las copas nunca se queden vacías. El vino es el pretexto, el hilo invisible que los mantiene unidos.
Y, sorbo a sorbo, el bar se transforma en refugio, en territorio compartido.

 Cada día hay un tema distinto de conversación. Y si una historia se repite día tras día una y otra vez, no importa, se comenta como si fuera inédita. Una noticia del telediario, lo del vecino, lo del Madrid. Alguna batallita. Alguna exageración que todos fingen creerse. Cualquier tema vale para mantener vivo el coloquio.

 Ríen. A veces callan.
Y también eso lo comparten. Esos silencios que, por un instante, los devuelven a tiempos anteriores: los días de trabajo, las alegrías, las penas que pesaban y duelen al recordarse. Momentos de su vida en los que aún no se conocían.
Pero los silencios son breves. No se dejan ganar por la nostalgia.

 Uno de ellos lleva poco tiempo acudiendo a la reunión. Al principio se dejaba caer como por casualidad, siempre a la misma hora. Comenzó invitando a una ronda. Al día siguiente fue correspondido por el grupo —hasta entonces de tres— y así se fue haciendo sitio, ganándose un asiento junto a ellos.
 Pero aún no ha cruzado esa línea invisible que lo haga parte del todo. Aún no es fijo, por ejemplo, en la merienda de los viernes. Esa a la que acuden los otros tres con sus esposas, entre brindis largos, risas y platos de jamón.

 Pero todo se andará.
 Porque en este grupo no se entra por invitación, sino por costumbre.
Y la costumbre —como el buen vino— se asienta despacio.

 Quizá falte una historia, una risa compartida, una confesión ligera a media copa.
 Quizá falte solo tiempo.

 Pero lo que está claro es que, en ese rincón de la barra, ya siempre se cuenta con el cuarto asiento.

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Comentarios

  1. Geniales los relatos queridos amigo

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    1. Qué grato es descubrir que hay quienes ocupan parte de su tiempo en leer mis elucubraciones.
      Muchas gracias, Lourdes.

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  2. Desde luego que sabes de lo que escribes. Detrás de la barra se oye todo aparentando el yo no digo nada. Enhorabuena Juan Carlos.

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    1. Estar detrás de la barra te brinda la oportunidad de aprender escuchando y de tener la fortuna de conocer a personas como ustedes. ¡Gracias por todos los momentos compartidos! Esta fue y siempre será su casa.

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Nostalgia por la cerveza tirada al estilo antiguo, la cocina tradicional y por el jamón al corte