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Mostrando entradas de julio, 2025

El cuarto asiento

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El cuarto asiento Historias de bar  Cada mañana comienza igual: un paseo corto, un mandado que no apremia, una excusa cualquiera para dejarse caer por el barrio. Ninguno de ellos tiene prisa. Ni obligaciones que no puedan esperar. Ya llevan unos años disfrutando de una —sin duda merecida— jubilación. Mantienen un aspecto lozano y saludable, a pesar de que las visitas a los centros de salud sean ahora más frecuentes. A la una y cuarto, como si lo marcase una campana invisible, los cuatro se encuentran en la barra.  No hacen falta mensajes ni llamadas. Saben que estarán ahí. Lo decidieron hace tiempo, sin necesidad de hablarlo: ese es su momento .  Tienen su lugar “reservado” en la barra y se dirigen instintivamente a sus asientos de siempre.  Piden vino. No del barato peleón, tampoco del más caro. Del que se deja beber sin reproches. Blanco, tinto, rosado... qué más da. Lo importante es que las copas nunca se queden vacías. El vino es el pretexto, el hilo invi...

Vivir sin partitura

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  Vivir sin partitura Historias de bar  En un bar, los ratos libres son escasos. Pero cuando irrumpen —breves islas de sosiego y silencio— el tabernero, con las manos reblandecidas por el constante roce con la vajilla mojada, baja la pesada persiana de la mente y comienza a acariciar las cuerdas.  Tiene tres guitarras, dos bandurrias y algún laúd colgados en la pared del fondo del comedor privado. No todos saben que están; los tiene solo para su deleite personal, a diario los revisa, se asegura de que están afinados, y en algún momento de cada jornada sus dedos se pasean por sus desgastados trastes.  Hace años, demasiados, su vida giraba en torno a esas cuerdas. Estaba en Madrid, rodeado de una pandilla de bohemios románticos que cantaban con el alma, a veces por unas monedas, otras por una risa. Aprendió a mirar de frente, a escuchar a los otros, a tocar de oído y a cantar sin miedo al ridículo. Aprendió a vivir sin partitura.  Fueron años intensos, d...

Cañas, biberones y esperanzas

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  Cañas, biberones y esperanzas Historias de bar  Al principio eran solo un par. Una pareja joven, trabajadores los dos, con mochilas de portátil, bocadillo, ropa usada y caras de jornada larga. Entraban al bar, se pedían una caña y algo para picar, y se contaban el día con una mezcla de cansancio y entusiasmo. Había en ellos una prisa por vivir. Una ilusión contenida.  Luego vinieron más. Otra pareja. Y otra. Se fueron sumando hasta llenar la mesa grande del ventanal, que a esas horas se convertía en su rincón habitual. Entre cañas y tapas se hablaba de alquileres, de jefes pesados, de series de moda y de escapadas de fin de semana. Reían mucho. Hacían planes. El bar se llenaba de una luz especial con esa energía suya que parecía decir: "estamos empezando algo" .  Yo les servía casi sin preguntar. Ya sabía lo que pedían. Ellos me saludaban por mi nombre, y a veces dejaban propina sin darse cuenta. Me caían bien. Eran de esos que dan vida al local sin armar ...
Nostalgia por la cerveza tirada al estilo antiguo, la cocina tradicional y por el jamón al corte