Café solo: ausencia y silencio en un rincón del bar

 

Café solo: ausencia y silencio en un rincón del bar

Interior vintage de un bar con mesa junto al ventanal

Se sentaba siempre en el mismo rincón junto a la ventana empañada, como si visto desde ahí, el mundo fuera una postal desvaída. Pedía un café solo. Sin azúcar. Sin conversación. Sin prisas.

Venía a diario a eso de las once, cuando el bar ya había pasado el primer ajetreo del desayuno y la cafetera retomaba la calma. Nadie sabía su nombre. A nadie le importaba. El camarero lo llamaba "el del café solo", y con eso bastaba. Un gesto de cabeza, una mirada y la taza humeante ya estaba sobre la mesa. A veces traía un periódico doblado en cuatro. Otras, sólo venía con las manos metidas en los bolsillos y la mirada llena de recuerdos.

Había estado repitiendo el mismo ritual desde el primer día, cuando el bar abrió sus puertas por primera vez y aún olía a pintura fresca. Entró con la naturalidad de quien lleva años reviviendo, día a día, la misma liturgia.

No era viejo, pero el silencio le caía como una bufanda gastada. Parecía venir más a pensar que a beber. El café era un pretexto, como si con cada sorbo pudiera disolver algo que llevaba dentro, una pena, una nostalgia o una costumbre. Nadie lo sabía.

Una mañana no vino. Ni al día siguiente. Ni la siguiente semana. El camarero siguió preparando un café solo a las once en punto durante un tiempo. Lo dejaba en su mesa de siempre, esperándolo. Luego, dejó de hacerlo. Pero el rincón siguió ahí, intacto, como un hueco reservado a la memoria.

Interior vintage de un bar con mesa vacía junto al ventanal

Dicen que los bares guardan los ecos de quienes los habitan. El suyo quedó adherido al vapor de los cristales, al aroma a tostado de cada taza solitaria. Como una ceremonia sin testigos, como un café servido a la ausencia.

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