Café solo: ausencia y silencio en un rincón del bar

Café solo: ausencia y silencio en un rincón del bar Se sentaba siempre en el mismo rincón junto a la ventana empañada, como si visto desde ahí, el mundo fuera una postal desvaída. Pedía un café solo. Sin azúcar. Sin conversación. Sin prisas. Venía a diario a eso de las once, cuando el bar ya había pasado el primer ajetreo del desayuno y la cafetera retomaba la calma. Nadie sabía su nombre. A nadie le importaba. El camarero lo llamaba "el del café solo", y con eso bastaba. Un gesto de cabeza, una mirada y la taza humeante ya estaba sobre la mesa. A veces traía un periódico doblado en cuatro. Otras, sólo venía con las manos metidas en los bolsillos y la mirada llena de recuerdos. Había estado repitiendo el mismo ritual desde el primer día, cuando el bar abrió sus puertas por primera vez y aún olía a pintura fresca. Entró con la naturalidad de quien lleva años reviviendo, día a día, la misma liturgia. No era viejo, pero el silencio le caía como una bufanda gastada. P...